Robert Guédiguian, el cine como dilema moral
— 24 septiembre, 2017
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Guédiguian, en la 60 Seminci
24/09/2017.- Robert Guédiguian lleva cerca de cuatro décadas haciendo del cine un lugar en el que desplegar toda su capacidad combativa, reflejando y denunciando las injusticias que observa en una sociedad en permanente estado de conflicto.
El director francés ha labrado una obra homogénea y coherente que nace de su firme convencimiento por transformar, o al menos ayudar a ello, la realidad que observa a su alrededor. Nacido en 1953 en el barrio de l’Estaque, en Marsella, ciudad que sirve de escenario para la mayoría de sus trabajos, el cineasta ha destacado siempre por su aguda mirada al mundo que le rodea y por su compromiso con las clases sociales menos favorecidas.
Esta postura comprometida que imprime a sus obras son una continuación de las inquietudes políticas que desde su juventud han configurado su crítica personalidad. Guédiguian entiende su papel detrás de las cámaras como un ejemplo de militancia con el mundo que le rodea y del que es incapaz de sustraerse.
Su cine, pegado a la realidad más cruda y en el que se mueven personajes extraídos de unas calles que conoce de sobra, pone el dedo en la llaga de las miserias de una sociedad que suele mirar hacia otro lado cuando de defender ciertos ideales se trata.
Más preocupado por el fondo que por la forma, por el contenido y el significado de sus propuestas que por el artificio de las imágenes, Guédiguian reafirma en cada título que lo suyo con el cine escapa de la mera estética para adentrarse en terrenos dominados por la denuncia y la reflexión.
El responsable de títulos como Marius y Jeannette o Al ataque considera que realizar cualquier película queda reducido a una toma de decisiones personales tanto morales como políticas. Incluso las que, aparentemente no son más que meros ejercicios visuales y pasan por cine de entretenimiento, también implican una decisión moral por parte de sus responsables que habla bien a las claras de sus intereses.
Ecos del cine de Renoir, de Pasolini y de Ken Loach, aderezados con la mirada siempre alerta a lo que ocurre a su alrededor, la filmografía de Robert Guédiguian no es, de todas formas, todo lo monolítica que pudiera parecer atendiendo a sus premisas fundamentales. En uno de sus trabajos, Lady Jane (2008), se atreve incluso con el cine negro. Eso sí, sin renunciar a su fiel equipo artístico, el mismo que le ha acompañado a lo largo de su carrera.
Desde sus primeros títulos, Robert Guédiguian se ha rodeado de un grupo estable de actores a los que ha dirigido en casi todas sus películas. Entre ellos se encuentra también su mujer, Ariane Ascaride, protagonista de buena parte de la filmografía del director marsellés. Desde su debut como realizador, con Dernier Été (1980), y hasta su último trabajo, La Villa (2017), Ascaride y el resto de intérpretes con los que suele actuar se han revelado como el ingrediente idóneo para reflejar en la pantalla las habituales preocupaciones de Guédiguian.
‘La ville est tranquille’
En 1999, durante la 44ª Semana, fue el protagonista de una retrospectiva en la que se repasaba toda su producción hasta el momento. Una Espiga de Oro honorífica recompensaba además un trabajo que ya comenzaba a ser reconocido por el público. Dos años antes había rodado una de sus películas más conocidas, Marius y Jeannette, una historia de amor sobre seres que sobreviven con dificultades en un entorno económica y socialmente deprimido.
Un año después, La ville est tranquille (La ciudad está tranquila) participaba en la Sección Oficial del concurso y conseguía el máximo galardón, la Espiga de Oro, gracias a un retrato caleidoscópico del microcosmos marsellés que tan bien conoce. En 2000, Marie-Jo y sus dos amores abría el festival, que volvería a visitar en 2004, durante la celebración de la 49 Semana, aunque en esta ocasión lo haría como presidente del Jurado Internacional.
En 2009 regresó al certamen con El ejército del crimen, que fue reconocida con el Premio Especial del Jurado y el Premio al Mejor Guion; dos años más tarde con Las nieves del Kilimanjaro, que consiguió la Espiga de Plata y el Premio del Público, y en 2015 nos visitó para presentar en Sección Oficial Une histoire de fou.
Publicado en el número 2 de la Revista Seminci (Primavera de 2009)
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